miércoles, 11 de noviembre de 2009

21 de Julio

Finalmente, usé el informe de mi hermano para exponerlo ante la clase de biología. Mi grupo de allegados me felicitó por la exposición. ¡Jo! ¡Menuda gentileza de su parte!

Estaba viendo la vida de otra manera, hasta acepté ir a un grupo en donde Ian y RT trabajaban después del colegio, como voluntarios. Ese día tocó ir a una escuela para niños especiales. Teníamos que servir la merienda. Odio servir la merienda, más aún cuando me tocan niños maniáticos. Pero para cambiar mi forma de ser y adaptarme a la sociedad que me rodea, decidí dejar de lado mis preferencias y acompañar a los chicos.

Nos designaron a cada uno, un niño diferente. Me pareció que sería complicado tratar con alumnos autistas, ya que según investigué, no les agrada sociabilizar con extraños; y estaba en lo cierto.

Me destinaron a servirle la merienda a Christopher Boone. Me costó largo tiempo robarle una palabra, pero cuando saqué a colación el tema de la literatura, se soltó un poco más; y me contó sobre su fanatismo por Sherlock Holmes. Mi experiencia como lector me permitió establecer una larga conversación que giró en torno al detective más famoso. Cuando le llevé el plato empezó a gritar, al mismo tiempo que una profesora, llamada Siobhan, me explicaba que una de las consecuencias de su enfermedad era que no podía soportar que las comidas se mezclen en el plato, por eso el alboroto.

Me sorprendí tanto que, por un momento, pensé irme y largar todo por la borda. Sin embargo, me di otra oportunidad y retomé mi tarea. ¡Jo! Creo que algún día pensé en no retomar más tareas de ningún tipo. Y mírenme ahora.

En cuanto terminamos, Ian nos invitó a la casa a comer muësli. Acepté sólo por cortesía, porque nunca había oído ese nombre; pero me pareció positivo probar nuevos cambios.

Cuando entramos a su casa, se encontraba el padre y Liber. El señor Rick estaba terminando una práctica extraña, por lo menos para mí, que consistía en cantar el OM (sílaba que se canta y dicen que tiene propiedades mágicas. ¡Jo! ¿Podría Ian, un ser aparentemente normal, ser hijo de aquel energúmeno?). Liber lo miraba con desaprobación intentando terminar de retocarse con polvo la nariz y explotarse el último grano de su frente. ¡Jo! Me hacía recordar a Ackley, mi tesoro que se apretaba los granos. Todavía me causa gracia.

Nos sentamos en la mesa, y una señora llamada Margaret (la nueva pareja del padre, que, a decir verdad, estaba mal vestida y olorienta), nos sirvió más de seis variedades de muësli, que realmente no me gustaron ni un poco. Mientras los demás comían, fuimos con Liber al patio y conversamos sobre el misterio que a mi más me preocupaba: ¿Dónde se iban los patos del lago de Central Park en invierno? Pienso que a Liber se le ocurrió tratarme de estúpido, pero no lo hizo; así que nuestra conversación se volvió de lo más fluida.

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